jueves, 14 de julio de 2011

Una comedia ligera, de Eduardo Mendoza.



















Uno comienza la lectura de este libro con la sospecha que siempre le ha producido la narrativa de la postguerra en España, terreno prolífico de dramas sociales y ambientación negra como el régimen que imperaba. Así comienza esta comedia ligera, con un retrato costumbrista a la luz y los apagones del teatro donde el protagonista, autor teatral, estrenará su próxima obra, rodeado de un elenco de personajes reflejo de un país hundido en la carestía y la dictadura franquista. Poco a poco la portentosa habilidad narrativa de este escritor nos proporciona irónicos indicios de que no se trata exactamente de ese retrato costumbrista, de ese espejo de una época a través de los personajes, sino que va mucho más allá.

El protagonista del relato, don Carlos Prullás, autor de éxito de comedias policíacas que van siendo engullidas por el cine, el teatro existencialista y en definitiva el devenir de los tiempos, es un personaje que más que vivir sobrevive al calor de las circunstancias. Como se nos hace notar en más de una ocasión está siempre entre dos aguas, entre la permisividad del régimen hacia su inocua obra y los autores de vanguardia, intelectuales más o menos en el punto de mira de ese régimen que siempre le han observado con el recelo de quien no se posiciona. Y es que don Carlos no posee ni grandes ni pequeños ideales, sino que sobrevive al calor de las circunstancias. Es ese supervivencia la que le ha llevado a casarse con una rica heredera que le proporciona su modo de vida, el no posicionarse junto a unos intelectuales que le pueden provocar el fracaso o el ostracismo en una España de disidencia y persecución o su más que asombrosa promiscuidad adúltera que en ningún momento le produce remordimiento alguno, sino que pasa a describir a un prototipo machista como machista era la sociedad de entonces. Si las características de este personaje son asombrosas de por sí más lo es la narrativa en tercera persona, que no sólo sigue las peripecias de don Carlos con una supuesta objetividad carente de juicios, sino que al no condenar ningún tipo de conducta se convierte así en una novela que marca la diferencia con cualquier otro tipo de obra de la época. Esto se debe a que, según mi humilde opinión, lo que está narrando el autor no es una historia del franquismo, ni una descripción de clases de postguerra, sino la peripecia vital del personaje, y a través de él de todos nosotros, en unas circunstancias que nos constriñen e intentan atraparnos. Sociedad e individualidad, el dualismo ético y moral de alguien que sólo pretende vivir y a ser posible bien vivir, es el esfuerzo que todos nos encontramos ante nuestras circunstancias sociales cuando éstas nos son adversas.

Es así que el pretendido retrato costumbrista que observamos vira hacia la mitad del libro en un relato policíaco con un crimen de por medio, sospechosamente parecido a las propias comedias del autor. La dialéctica entre realidad y ficción, el meta-relato en el que el protagonista de nuestro libro se convierte de repente en el protagonista de una de sus comedias policíacas, se nos aparece como el refuerzo definitivo a una vida de la que deseamos ser pero no somos en realidad dueños, un guiño inteligente y cariñoso de dimensiones unamunianas que nos asombra y complace, para hacernos entender que lo que tenemos entre manos no sólo está bien escrito, sino que es literatura con mayúsculas.

Todo este cuerpo está poderosamente armado por las características narrativas sobresalientes y especiales de este gran escritor. A destacar yo propondría la polifonía de personajes que ayudan portentosamente a introducirnos tanto en la época pretendida, como en la parodia de esa misma época a través de la exageración de estos estereotipos. Se vaga entre el el médico alcohólico que recomienda el tabaco para calmar los nervios y pretende lobotomizar a su mujer, la primera y afamada primera actriz de teatro en la que los años le hacen prever un futuro lleno de soledad, un gerifalte del régimen excombatiente de guerra con todos los tics del típico facha español envíado a Cataluña para dirigir el aparato represivo o los simpáticos personajes de los bajos fondos barceloneses, en mi opinión los mejor dibujados de toda la novela a pesar de su corta aparición.

En definitiva, una novela altamente recomendable, cuya lectura finalizada le deja a uno el poso de haber leído un gran libro.

Por cierto, como en ningún momento se cita el año de los acontecimientos, para quien lo haya leído y tenga curiosidad en saberlo yo pienso que es el verano de 1947.

Un cordial saludo.

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