lunes, 11 de julio de 2011

Pepito y el primer Estado asistencial.


Quiero contar la historia de superación personal de un pobre chico a quien la vida se lo puso muy difícil ya que la naturaleza le dotó con muy escasas luces. Quiero contar la historia de cómo este pobre chico logró integrarse en la comunidad a fuerza de tesón y llegó a ser Catedrático de Universidad. Quiero contar la historia de Pepito.

Pepito nació en una época en la que el país sufría una gran carestía y no proporcionaba asistencia a aquellas personas que lo necesitaban. Desde pequeñito el chico dio precoces muestras de una gran estupidez y sus padres no tardaron en darse cuenta de que el niño era corto de luces. Sin embargo, como los padres de Pepito tenían posibles y una posición social en una época en la que la mayoría de la población apenas conseguía comer, se desvivieron en buscarle un lugar en la vida. Gracias en parte a los contactos que tenían en la Universidad, gracias en parte al dinero que desembolsaron, consiguieron que Pepito no sólo acabara con bien sus estudios, sino que pudiera acceder a una plaza de profesor universitario cuando esta institución estaba necesitada de docentes. Corrían los años 70 en España, y la investigación era lo suficientemente abierta como para permitir que Pepito se integrara sin que sus deficiencias se notaran mucho en el panorama nacional.

El muchacho, consciente de sus carencias, hizo el mayor esfuerzo posible para paliarlas, y con mucha aplicación y horas de estudio consiguió memorizar de pe a pa el temario que había heredado de sus profesores. Pepito no sabía nada de docencia, ni de pedagogía y mucho menos de la disciplina que impartía, pues en aquella época, tanto como en la actual, para ser profesor de Universidad no hacía falta realizar una oposición, y el simple hecho de estar ya te abría todas las puertas. Así fue como Pepito, imbuído de una nueva confianza, llegó a las clases, y para evitar quedarse en blanco aún antes de traspasar la puerta de las aulas, comenzaba a dictar de memoria y lo más deprisa posible los apuntes que los alumnos recogían estresados con letra ilegible. Cuando Pepito se olvidaba de un párrafo no le temblaban las piernas, y con el mayor aplomo pasaba al siguiente, tuviera relación o no con el anterior, sin inmutarse. Los alumnos, conscientes del tremendo esfuerzo que realizaba su profesor, y pensando que dictar el mismo temario de los años 70 de memoria era meritorio, le reconocieron su labor poniéndole el apodo de "dios". 

Fue así como Pepito pasó a ser denominado Don Pepito.  Era corto de luces pero consiguió tener un lugar entre la docencia española sin haber sabido nunca en su vida lo que era la enseñanza. Todo se lo debemos a una institución a la que nadie hasta ahora le ha reconocido su carácter asistencial, y a la que yo aquí quiero dirigir un agradecido aplauso. Gracias, Universidad, por haber recogido a inútiles y haberlos integrado en la vida profesional y docente del país, salvándoles así de una segura exclusión social. Gracias también por utilizar el dinero de todos nosotros en esa labor, que nunca ha sido reconocida pero que yo hoy, aquí, quiero hacer pública.

Para acabar quiero recoger algunos ejemplos de cómo este método asistencial dio sus frutos y confirió una gran autoestima a Don Pepito. De ser un chico temeroso recubierto de una coraza de misantropía para ocultar su evidente inseguridad pasó a hablar con autoridad de los más diversos temas. No dudó un día en asegurar, ante un diseño gráfico de un tríptico de un  museo del que era patrón, que ese estilo "estaba desfasado" y que se había pagado por algo que no estaba a la vanguardia. Por supuesto Pepito no sabía hacer la "o" con un canuto y mucho menos en diseño gráfico. En otra ocasión aseveró totalmente convencido que "él veía mucho más allá que los demás" y que eso era algo que le había perseguido toda la vida, culpándose por ser superior a la media de sus semejantes. Las más de las veces, sin embargo, se conformaba con no saludar a sus subordinados o gritarles humillándoles, sabiéndose ungido de la autoridad imperial bizantina que una vaca sagrada tiene en nuestro sistema educativo. Este agrio carácter no debe extrañarnos o ser motivo de crítica, sino todo lo contrario. La Universidad y nuestro dinero ha evitado que  Don Pepito sufriera baja autoestima y exclusión social por ser tan cortito, y ahora, gracias a eso,  Don Pepito puede disfrutar de la vida plena, como  Catedrático de Universidad, que los más de los mortales apenas llegamos a oler.

Un cordial saludo.

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