lunes, 27 de febrero de 2012

La mujer de negro, de James Watkins.



TÍTULO ORIGINAL: The Woman in Black
AÑO 2012
DURACIÓN: 95 min.
PAÍS: Gran Bretaña.
GÉNERO: Terror.
DIRECTOR: James Watkins.
GUIÓN:  Jane Goldman.
MÚSICA:  Marco Beltrami.
FOTOGRAFÍA: Tim Maurice-Jones.
REPARTO:  Daniel Radcliffe, Ciarán Hinds, Roger Allam, Sophie Stuckey, Janet McTeer, Shaun Dooley.
PRODUCTORA:  Alliance Atlantis Communications / Alliance Films / Hammer Film Productions.


El argumento parte de la novela escrita por Susan Hill y nos sitúa a un joven abogado cuya mujer murió hace pocos años en el parto de su hijo, y que debe viajar a un pequeño pueblo de Inglaterra para tratar los asuntos legales referentes a la casa de un cliente que acaba de fallecer. Una vez en el pueblo la hosca actitud de sus habitantes y las dificultades para solucionar los trámites relacionados con la vieja mansión harán tomar la firme decisión al protagonista de enclaustrarse en la casa hasta investigar cada documento. Sin embargo la misteriosas y en ocasiones aterradoras experiencias de la tétrica morada se combinarán con las no menos sorprendentes muertes de algunos niños en el pueblo.

La trama nos introduce eficazmente en una historia plagada de intriga y de terror para llegar al inicio de un desarrollo en el que conocemos el conflicto que vive un pueblo entero entre una señora muerta y los hijos vivos de los habitantes. ¿Que parece un poco pueril como historia? Pues sí, qué le vamos a hacer, pero el guión no es precisamente lo mejor de la película, por no decir que es precisamente lo peor con creces, ya que llegados a este punto, en el que debería comenzar canónicamente el desarrollo y posterior resolución del conflicto con los personajes, descubrimos que la historia ha dejado de avanzar, y se recurre sistemáticamente a los encuentros del protagonista con apariciones y a la reiterada muerte de niños al mismo tiempo. O lo que es lo mismo, la trama se agota en realidad a mitad de película. Y de hecho existen muchos sinsentidos y contradicciones, como el hecho de que el protagonista que vive los acontecimientos se entera de los mismos mucho después que los espectadores, lo que no ayuda mucho a pensar que estamos ante un héroe inteligente precisamente. Tampoco es que sea el mayor aliciente para quedarse en una casa el hecho de ver a un fantasma tenebroso, por mucho que el personaje tenga miedo a perder el trabajo. En definitiva, un guión no tanto pobre como directamente absurdo.

Daniel Radcliffe.
Sin embargo, el trabajo del director, que tiene el cielo ganado, hace que la película pueda verse bajo tensión casi en todo su metraje, e incluso de vez en cuando deslumbra por las brillantes puestas en escena, que se combinan perfectamente con una dirección artística sencillamente magnífica, que nos retrotrae al buen cine de terror de hace décadas, el de sugerir más que mostrar, el de meter el miedo en el cuerpo con la propia sugestión del espectador. La ambientación victoriana de la mansión no sólo es perfecta sino que hará las delicias de más de un cinéfilo, así como el pueblo elegido, con casas de más de cuatrocientos años que cuadraban perfectamente con los propósitos de la cinta. No obstante la productora es la Hammer, y para los buenos cinéfilos ese nombre de por sí ya debe evocar en la mente más de una ambientación memorable que aquí se repite. Por desgracia el guión se ocupa de cargarse todo este saber hacer abusando reiteradamente de las apariciones, hasta un cúmulo tal que finalmente llegan a anestesiarte sin pena ni gloria. Otra mención aparte para la fotografía, de una calidad sobresaliente. Los juegos en más de un plano entre luces y sombras, la composición y la profundidad de campo son de manual.

La interpretación de Daniel Radcliffe, el eterno niño de Harry Potter, deja sus juegos de varita mágica para adentrarse en terrenos más maduros e iniciar así una carrera artística que consiga hacerse valer como actor. En su papel de abogado desesperado ante unas circunstancias que sobrepasan la razón, el registro más habitual que observamos es el miedo y la incomprensión, bastante eficaz y que deja verse durante toda la película, pero que sin embargo no parece capaz de más cambios emocionales, y por lo tanto el actor tiene cara de susto todo el tiempo, lo que termina hartando un poco.

Lo peor de la película: el guión. Y después el guión. Para terminar con un final digno del guión. Si no fuera porque parece paralizarse a mitad de película no diría lo que voy a decir... malo, malo como la quina (con todos los respetos a la quina). Para más referencias sobre lo que pienso de la quina, perdón, del guión, mirar arriba.



Lo mejor de la película: sin lugar a dudas la dirección artística y las puestas en escena con las que un director tocado por las musas de la Hammer (y no me refiero a las vampiresas de la productora) nos deleita. Y por supuesto sin olvidar la fotografía. Por momentos terror del bueno medido al compás de la sugestión del espectador.

Conclusión: una cinta con luces y sombras. Entre ambas la duda que hemos tenido a la hora de la nota, pero quizá sólo por la ambientación y esas gotas de terror destiladas de algunas puestas en escena y planos sobresalientes merezca la pena verla y obviar el guión.


sábado, 18 de febrero de 2012

El cementerio de Praga, de Umberto Eco.


 

Escribo este artículo de opinión tras, concluida la lectura del libro, conocer la enorme polémica que se ha generado por parte de la comunidad católica y la comunidad judía en torno a una trama harto dramática cuyo tratamiento es irónico cuando no irreverente. Expreso aquí, antes de comenzar, la incomprensión y el rechazo que siempre me ha suscitado quien desde la ceguera de la venda de la religión (sea la que sea) no sabe discernir entre la ficción y el autor que la crea. Uno de los ejes del libro es la influencia de la literatura en la realidad. Probablemente Umberto Eco debe sentirse orgulloso al extrapolar parte de su argumento a la verificación del mismo por parte de quien lo lee, y constatar las mismas reacciones hoy en día ante su ficción, que las reacciones del mundo religioso y político del siglo XIX ante el protagonista de su historia, el Capitán Simonini.

Masones y jesuitas. Los jesuitas son masones vestidos de mujer.

El argumento de esta novela histórica parte de la figura del Capitán Simonini, personaje que se dedicará desde joven, tras acabar derecho, a la muy artística labor de la falsificación documental. Comienza creando como notario nuevos testamentos, para, dada su excepcional habilidad, culminar trabajando para los servicios secretos de varios países. A través de su implicación directa o indirecta conoceremos detalles sobre la unificación de Italia, el Imperio de Napoleón III o la Comuna de París. Mientras tanto, inspirado por la educación recibida de su abuelo, comenzará a engendrar lo que será la obra de su vida, un documento falso sobre la conspiración judeo-masónica (en España el término es muy famoso por cierto oneroso régimen) que ayudará a diferentes estados a desviar las tensiones sociales internas hacia un odio a los judíos. Ésta es la historia de la gestación y elaboración de un documento antisemita que tendrá una importancia vital en la historia contemporánea.

Umberto Eco.
La trama, con un comienzo y parte del nudo bastante confusos, se aclara hacia el desenlace de la novela, y nos sitúa la acción entre la elaboración de nuevos documentos para diversos gobiernos y la constante vital del protagonista, profundamente antisemita, de ayudar a erradicar de la faz de la tierra a los judíos a través de un falso documento que descubra una conspiración mundial por parte del pueblo elegido. Así pues nos situamos ante un personaje inventado navegando entre una serie de acontecimientos históricos de exhaustiva documentación. El aficionado a la historia agradecerá el inteligente entrelazado de los diferentes hechos con la trama, y más de un dato curioso y por supuesto notablemente estudiado. Sin embargo la erudición, de la que Eco siempre hace gala, si no se integra en la estructura de la historia, aburre, y el autor peca de exceso de datos (generalmente mediante el recurso de ser contados por personajes que ni van ni vienen en la trama) que ralentizan, desconciertan y en último término no tienen ningún sentido narrativo. Esto ocurre por ejemplo con los acontecimientos relacionados con la unificación de Italia, y los ires y venires de Garibaldi y Cavour. Más tarde con la acción directa del personaje en los hechos, afortunadamente, se subsana lo que a más de un lector de seguro le habrá hecho desistir de la lectura. No ayuda a esclarecer estos planteamientos el hecho de comenzar con un desdoblamiento de personalidad del personaje, así como la narración vagando entre la primera persona del capitán Simonini, la otra primera persona de su alter ego el abate Dalla Piccola, y una tercera persona que sería la voz del Narrador. El objetivo de semejante combinación puede inducirnos a pensar en una dicotomía entre la subjetividad de los protagonistas y la objetividad del Narrador omnisciente, así como cierto relativismo parejo al de la historia en un desenlace filosófico que implica la imposibilidad del conocimiento histórico. Sin embargo, si es así, debo decir que no se manifiesta correctamente en la estructura, y que por mi parte se podría prescindir del recurso pues en realidad ayuda a desorientar bastante si lo combinamos con la exagerada proliferación de personajes que utiliza Eco.

El diseño de personajes merece una mención aparte, tanto para bien como para mal. La presentación del Capitán Simonini demuestra todas las buenas cualidades como escritor de Umberto Eco, que hace gala aquí de unas habilidades portentosas para dotar de personalidad en un primer momento, con un repertorio de estereotípos racistas: El abuso de la cerveza los vuelve incapaces de tener la menor idea de su vulgaridad, pero lo superlativo de esa vulgaridad es que no se avergüenzan de ser alemanes. / Son malos [los franceses]. Matan por aburrimiento. Es el único pueblo que ha mantenido ocupados a sus ciudadanos durante varios años en eso de cortarse la cabeza unos a otros [...] Injertad, como se hace con las plantas, un francés con un judío (mejor aún si es de origen alemán) y tendréis lo que tenemos, la Tercera República... Y continúa de este modo para darnos una idea cabal de lo que es un ser misántropo,  misógino, discriminador, egoísta y totalmente carente de escrúpulos hacia sus semejantes. En definitiva, el capitán Simonini de Umberto Eco es lo peor de lo peor, un ser incapaz de amar pero con una capacidad extraordinaria de odiar, y así mismo libre ante cualquier sentimiento gregario. He de decir que, una vez hechas las presentaciones al comienzo del libro, Eco se olvida completamente de cualquier intento de explicar las motivaciones o las emociones más allá de la superficialidad cotidiana y práctica de todos sus personajes. O lo que es lo mismo, es uno de los libros con personajes más planos que jamás haya caído en mis manos. Y eso, obviamente, no lo cuento como un punto a favor.

Es necesario un enemigo para darle al pueblo una esperanza. [...] el sentimiento de identidad se funda en el odio, en el odio hacia los que no son idénticos. Hay que cultivar el odio como pasión civil. El enemigo es el amigo de los pueblos. [...] El odio es la verdadera pasión primordial. Es el amor el que es una situación anómala. Por eso mataron a Cristo: hablaba contra natura. No se ama a nadie toda la vida [...] En cambio, se puede odiar a alguien toda la vida.

Más interesante que todo esto parece ser el juego de guiños entre la historia y sus referentes, entre la historia y nuestra actualidad. Eco descubre dos posibles orígenes para el documento Protocolos de los sabios de Sión, piedra angular del libro. Uno es Sue, y el otro Dumas. El personaje, el antihéroe por excelencia, basa precisamente parte de sus experiencias y labor documental en los héroes creados en los folletines. Así vemos como en palabras de Gramsci el primer concepto de superhombre no corresponde a Nietzsche, sino al Conde de Montecristo de Alejandro Dumas. En su concepción libre y despasionada de cualquier gregarismo, el capitán Simonini encarna el sentido del hombre postmoderno, quien habiendo abandonado toda pertenencia a Dios no tiene ningún inconveniente en anteponer los fines a los medios, concepción maquiavélica presente en toda la novela. Desprendido de cualquier concesión a la galería en cuanto a identificación del personaje con el lector Eco narra asesinatos, robos y estafas, así como el profundo desprecio hacia el semejante, con una fina ironía y sentido del humor que es uno de los puntos fuertes de la narración en mi humilde opinión, y que en cambio ha levantado ampollas en otros ambientes. Sin embargo el hecho, por poner un ejemplo, de que nuestro protagonista cometa su primer asesinato, y ni siquiera se dediquen un par de líneas a la reflexión de este hecho, tras la marcada educación jesuítica recibida, hace que el personaje resulte como ya hemos dicho plano, y lo que es más, que pierda veracidad ante lo inverosímil de la situación. Otro punto en contra.


El mensaje, misterioso por la dificultad de comprensión del arranque y desarrollo, se torna meridianamente claro conforme avanza el libro, que va ganando en peso e interés conforme se aproxima al final. Se nos hace ni más ni menos que un retrato de la personalidad de un siglo y de una sociedad que dieron lugar a la creación de un ambiente antisemita exacerbado que desembocará, en sus últimas consecuencias más allá de los hechos de la novela, medio siglo después, con el Holocausto nazi. Pues el personaje inventado por Eco es ni más ni menos que el autor de los Protocolos de los sabios de Sión, libro de cabecera, por ejemplo, del señor Hitler. Es así como en palabras del propio Eco también Simone Simonini, al ser efecto de un collage al que se le han atribuido cosas hechas en realidad por personas distintas, de alguna manera ha existido. Es más, bien mirado, todavía sigue entre nosotros.

Lo peor de la novela: sin lugar a dudas el exceso de erudición que no se integra en la trama. Satura y aburre a partes iguales en alguna ocasión. Sin embargo cuando sí está integrada en los acontecimientos de la historia puede llegar a deleitar. Añadimos el hecho de que los personajes son tan planos que en ocasiones pierden veracidad en sus acciones.

Lo mejor de la novela: la virtud, cuando se produce, de integrar hechos muy documentados en un trama, y hacerlos trascender más allá de las páginas para mostrarnos parte de los hechos posteriores e incluso actuales. En este aspecto literatura con mayúsculas. No hay que olvidar la capacidad narrativa y calidad literaria de Eco. Cuando le sale, que no es siempre, puede ser portentosa.

Conclusión: Un libro con luces y sombras. Al aficionado a la historia le gustará, si bien al lector de buenas narraciones compactas y bien estructuradas probablemente le defraudará.


sábado, 4 de febrero de 2012

Autorretrato de Keith Haring

Keith Haring
Los artistas postmodernos se afanan en desmitificar la imagen, en desproveerla de su sentido icónico, representativo y conceptual. Algunos como Sherrie Levine, Jeff Koons, Julian Schnabel, David Salle, Mike Bidlo, Louise Lawler y Jeff Wall buscan despojar a la imagen de su sentido convencional, dándole nuevos significados basados en la descontextualización, en la anarquía estética. Otros se comprometerán más con la sociedad de finales del siglo XX, incorporando a sus obras referencias relativas a los nuevos conceptos de reivindicación social: la sexualidad, el feminismo, la diversidad étnica, el medio ambiente, etc. Jean-Michel Basquiat reflejó la denuncia contra el racismo, mezclando el arte tradicional con el graffiti, con influencia del arte africano. Keith Haring trató el tema de la homosexualidad, con obras fuertemente influidas por el cómic. David Wojnarowicz expresó en sus obras una temática centrada en el sexo, la enfermedad y la muerte, con referencias al sida, la nueva enfermedad de finales del siglo XX. Asimismo, artistas como Mary Kelly, Barbara Kruger, Jenny Holzer y Cindy Sherman plasmaron el papel de la mujer en la sociedad de su tiempo.


LENGUAJE ICONOGRÁFICO

Safe Sex, de Keith Haring
El estilo lineal de Haring es aún hoy aplicable, incluso cada día se adapta más cada vez al estilo de la comunicación actual, ya que trata de expresar el grito mercantilista en el centro de las grandes ciudades en posters, en escaparates, en camisetas, etc. Haring procedía de un ámbito ilegal de creadores de imágenes que aparecieron inicialmente en el centro de las ciudades, al margen del arte y de los intereses comerciales, utilizando el espacio público para plasmar con su simbología aspectos clave de la vida cotidiana. Haring creó un lenguaje claro y comprensible formado por iconos que representaban las tendencias de la sociedad de una forma cognitivamente genial. Algunos lo ven como el iniciador del “Arte Graffiti”. Dibujaba monitores y billetes de dólar irradiantes en un verde veneno, o corazones penetrados y punzantes tenazas negras para simbolizar el horror del sida. En su universo creativo se mezclaba todo y sus iconos se convirtieron en un expresivo lenguaje intelectual.
Pins Pop Shop, de Keith Haring

Los dibujos “Pop Shop” ocupan un gran espacio en la obra gráfica de Haring. Eran los motivos que Haring creó para los productos que vendía en las tiendas de Nueva York y de Tokio. “Pop” significaba para Haring el enfrentamiento directo y sin prejuicios de los símbolos, los colores y los ídolos forjados en el día a día mediante la publicidad, los medios de masas y la vida cotidiana de la calle. De los ingresos procedentes de licencias que generaban la venta de sus pins, sus camisetas, sus posters etc. todavía se destina hoy en día un determinado porcentaje a la investigación del sida.




EL UNIVERSO CREATIVO DE HARING


Dibujo a tiza en el metro de Nueva York
Se trata de un universo en el que la línea es la protagonista absoluta en la creación de dibujos continuos. Desde las pintadas que dibujó con tiza en los paneles del metro y con las que cautivó el interés de los neoyorkinos, hasta sus murales y las obras impresas, muestran su dominio del trazo y la proporción.

A este estilo lineal se suma la elección de fondos monocromos y de contornos gruesos que contribuyen al objetivo del artista: permitir una lectura fácil y rápida de sus mensajes. Sus creaciones se han convertido en símbolos fácilmente reconocibles y que hoy en día conservan intacto su poder comunicativo.

Haring se inspiraba en el mundo que le rodeaba y en sus propias vivencias, la influencia de los comics, los medios de comunicación y la tecnología están presentes a lo largo de toda su obra; unos intereses a los que sumaba su sensibilidad hacia problemas sociales como el apartheid, la lucha contra el sida o la guerra. La profundidad y complejidad de sus temas contrasta con la apariencia sencilla e infantil.


AUTORRETRATO DE KEITH HARING

DESCRIPCIÓN DE LA OBRA

-          Es un dibujo.
-          Imagen cuadrada irregular.
-          Trazos muy simples.
-          Borde formado por una línea roja dejando un pequeño espacio blanco de separación con el contenido, también enmarcado con una línea negra que se hace visible en el lado derecho de la obra.
-          No hay texturas y el color es plano.
-          Excepto la línea roja del borde, el resto de la composición es en blanco y negro.
-          Fondo negro.
-          Las figuras están formadas por líneas de contorno en color negro.
-          El color de relleno es blanco, excepto el del pelo, que es negro.
-          Entre las formas hay un pequeño borde blanco para separarlas.
-          Vemos la cabeza de un hombre joven en el cuerpo de un león.
-          El límite superior de la obra corta la cabeza a la altura del pelo.
-          El límite derecho de la obra corta el cuerpo de león tras las patas delanteras.
-          La cabeza se encuentra entre la izquierda y el centro de la vertical.
-          La cabeza ocupa una gran parte de la composición  y aparece desproporcionada, junto con el cuello, con respecto al cuerpo de león.
-          La cabeza está en posición frontal con respecto al receptor de la obra.
-          El cuerpo de león está en posición lateral izquierda con respecto al receptor de la obra.
-          La cabeza es un poco alargada.
-          La frente es amplia.
-          No hay arrugas ni facciones en la cara.
-          Su pelo es negro, corto y un poco rizado; le caen unos pequeños rizos por la frente.
-          Se ven las dos orejas, que están en una posición algo superior a la normal.
-          Se ven las dos cejas, ni gruesas ni finas, que forman un óvalo. Son asimétricas.
-          Se ven los dos ojos, con trazos muy sencillos; una línea convexa abierta y una línea cóncava abierta y, entre ambas, un círculo cerrado con un punto en medio.
-          Unas gafas redondas envuelven los ojos. El marco del cristal de nuestra izquierda es más grande que el derecho, quedando éste último por debajo de la altura del ojo que vemos a nuestra derecha. Sólo hay una patilla (la que está a nuestra derecha, que acaba entre el pelo y el límite superior de la oreja).
-          Las orejas y los cristales de las gafas aparecen en la misma línea visual de la composición.
-          La nariz es grande, compuesta con trazos sencillo y centrada en la caras. El ala que nosotros vemos a la derecha queda abierta.
-          Entre la nariz y la boca hay una línea en forma de “u”.
-          La boca también es grande y también está centrada en la vertical de la cara. Está compuesta por tres líneas (la superior es un poco más larga que el resto, la inferior no cierra con la superior ni tampoco con la central, que es recta y también queda abierta). Estas tres líneas, que forman los labios, se encuentras equidistantes, por lo que vemos que tanto el superior como el inferior tienen el mismo grosor, que es normal.
-          Un arco convexo debajo de la boca forma la barbilla. El espacio entre la barbilla y el límite inferior de la cabeza es bastante amplio.
-          La ausencia de color en el iris nos indica que tiene los ojos claros.
-          La mirada parece triste o cansada y parece que esté prestando atención a algo que observa..
-          No existen expresiones faciales que nos indiquen un estado de ánimo concreto (no hay sonrisas, guiños, muecas), salvo la seriedad o el formalismo en un tono hierático.
-          El cuerpo de león se apoya sobre el límite inferior de la imagen.
-          Sólo vemos dos patas. Éstas están flexionadas hacia delante.
-          Las garras acaban debajo de la cabeza. Hay un espacio vacío entre la cabeza y las garras.
-          El cuerpo de león no tiene pelo.
-          No destaca una musculatura y las patas y el lomo son delgados.
-          La patas asemejan brazos humanos en cuanto a su forma, pero las zarpas son de león.
-          Unas líneas en los bíceps muestran la contención de los músculos flexionados.
-          Las zarpas están relajadas y apoyadas en la horizontal de la base de la obra.
-          De cada zarpa vemos sólo dos dedos, y en cada uno hay una garra afilada.

INTERPRETACIÓN PERSONAL DE LA OBRA 

A primera vista  el contenido de la imagen nos recuerda a una esfinge del Antiguo Egipto. La cabeza humana unida al cuerpo de león y la expresión quasi solemne del rostro nos dan la clave para la asociación.

En ese rostro vemos reconocido al autor. Las gafas redondas, el pelo corto y rizado, la cara alargada, las cejas arqueadas, etc. son rasgos físicos característicos de Keith Haring.

Por lo tanto, el propio autor se nos presenta adquiriendo la forma de esfinge.

Sin embargo, muy al contrario de las esfinges conocidas en la Antigüedad, ésta tiene la cabeza ladeada, mirando al espectador. Parece como si algo exterior al intramundo de la imagen le hubiese activado. Así, se crea un vínculo espacio-temporal entre la realidad del dibujo (que plasma una idea del autor) y las múltiples realidades de cada uno de los receptores que contemplan la obra  (y miran a los ojos a Haring “que ha girado su cabeza para observarles”) en tiempos y espacios distintos.

Como todos sabemos, la esfinge supuso un símbolo de fuerza y poder de las élites en la Antigüedad, representadas con el cuerpo de león que sostiene una cabeza humana. Sin embargo, en el dibujo de nuestro autor, el cuerpo y las patas del león son delgados y no se muestra musculatura; es más, las patas, hasta llegar a las zarpas, parecen brazos humanos por la forma del bíceps y el codo. De este modo, podemos llegar a entender que Haring se ve a sí mismo (y quiere mostrarse ante los demás) como alguien que tiene un reconocimiento, que se encuentra en la élite del arte del momento, pero que no se siente fuerte ni poderoso, sino más bien humano (comprometido con causas sociales) y débil (como el resto de los mortales).

La expresión, triste y cansada, muestra el malestar que sufre Haring al observar lo que pasa en su entorno, lo que hay en la sociedad detrás de su mundo de pintura. La solemnidad del rostro puede darnos a entender la firmeza de sus creencias y de sus críticas.

Quizá ahora podamos entender el gesto en el que gira la cabeza al espectador. Haring es consciente de que ese reconocimiento de su obra le ha brindado recursos, le ha proporcionado “poder” y le ha hecho “inmortal” (y así lo simboliza con la figura de la esfinge), pero esa distinción la ha dirigido a contribuir en mejoras sociales (cabe recordar el propósito de la fundación Haring). El autor convive en una sociedad (la postmoderna) donde hay racismo, contaminación, enfermedades mortales (él murió de sida a los 31 años), manipulación de los medios, etc. y con el rostro ladeado mirando al espectador, al mundo externo fuera de la intra-obra, se acerca a estos problemas y a estos males de todos, de los que se proclama activista (él mismo y a través de los contenidos de su obra).

Los trazos simples, la linealidad, la ausencia de texturas y la composición casi infantil de ésta y del resto de las obras de Haring pueden interpretarse como una necesidad de acción rápida, un afán por la producción donde lo que importa es el concepto, porque la vida se nos escapa, y un grito a los orígenes, a los instintos primarios, a lo vital, que quedan disfrazados en esta sociedad postmoderna.

Detrás de él hay un fondo negro, oscuro, de desastre y de muerte, lo que contrasta con el blanco de la figura, que transmite esperanza, paz y vida, que es lo que Haring desea para él y para la sociedad en la que se encuentra. El marco rojo que recorre los límites de la obra se relaciona con el corazón, la sangre y la vida; es agresivo, excitante, implica acción y movimiento y puede indicar peligro.  En efecto, los colores y su simbología en la obra nos ayudan a entender lo que Haring quería plasmar.

Con todo, en la obra se dan a la vez una afirmación individual y una intervención social.


BIBLIOGRAFÍA


-          RODRÍGUEZ Llera, Ramón. El arte en el siglo XX. Barcelona, CVG, 2009.
-          VV. AA. Cultura postmoderna, introducción a las teorías de la Edad Contemporánea. Torrejón de Ardoz, Akal, 1996.
-          VV. AA. Keith Haring, obra completa sobre papel. Catálogo. Valencia, Fundación Bancaja, 2006.
-          KOLOSSA, Alexandra. Haring. Taschen Benedikt, 2009.
-          VV. AA. Keith Haring. Munich, Prestel Verlag, 1992.
-          http://www.haring.com/