Ilustración de su novela Justine.
Hace muchos años que un querido amigo me comentó, en el salón de su casa y tomo en mano, las virtudes literarias de Donatien Alphonse François de Sade, más conocido como el Marqués de Sade. La mayoría de las personas conocerán este nombre por su derivación, el sadismo, que toma no por nada su forma del autor que tratamos. En efecto, parece que Sade produjo tal convulsión estética y moral, en vida y tras ella, que sadismo viene muy bien a reflejar aquello que se describía en alguno de sus relatos, es decir, el placer que experimenta un individuo a través del sufrimiento de otro.
Pero yo no deseo comentar las virtudes o vicios del sadismo, ni siquiera de los de Sade, sino su calidad literaria, descubierta tardíamente y casi por sorpresa, muy grata sorpresa. En la Edad Moderna racionalismo y empirismo cristalizan en la preocupante tendencia a cuestionar el llamado Antiguo Régimen en el siglo XVIII, abriendo paso al Siglo de las Luces, entendiéndose por las sombras precisamente el absolutismo y las más variadas formas de la doctrina católica en Francia, desde la misma Inquisición, que daba sus últimos estertores al ritmo del crepitar de las llamas, hasta la creencia misma en la idea de Dios. Surge así un Montesquieu precursor del liberalismo político, un Voltaire que se dejará los dedos en pro de la tolerancia y un Parlamento a la inglesa, y un Rosseau que abogará por la naturaleza humana. Éste último será de gran influencia para el Marqués de Sade, si bien en éste la naturaleza humana es capaz de instintos y actos mucho más diversos que en el primero. En definitiva, he encontrado en Sade a un hijo pleno de la Ilustración, y en el sentido moral o amoral de sus obras, en la negación sistemática de cualquier creencia y la crítica de los convencionalismos políticos sociales y políticos, a uno de los precursores de lo que hoy en día mucha gente da en llamar con cierta ambigüedad Nihilismo (a pesar de que el éxito del término filosófico es un poco posterior y bajo otras circunstancias). A quien piense que la actualidad de estos conceptos es anacrónica le recomiendo que encienda la televisión, y vea los debates que se dan en alguna de las cadenas de televisión, en especial una, surgidas al calor de la TDT.
Donatien Alphonse François de Sade. |
No es de extrañar que más de treinta años de la vida del Marqués de Sade transcurrieran encerrado entre rejas, y que muriera entre las de un manicomio en las postrimerías del Imperio Napoleónico. Su condición de rancio aristócrata le había salvado de muchos apuros, pero no fueron suficientes para evitar las iras de su suegra, quien lo mandó 13 años al calabozo, o la de las morales instituciones bien aristócratas bien burguesas, que tomaron sus escritos sencillamente como monstruosidades amorales. En una ocasión tuvo que huir al ser procesado y condenado por flagelar y envenenar en una orgía de días a varias prostitutas. Sin embargo el peregrinar por una vida que le fue a menudo robada no deparó pocas sorpresas. Por ejemplo, sobrevivió al Terror revolucionario, algo realmente sorprendente. Pidió a Napoleón el indulto del manicomio donde hacia el final de su vida fue recluido, pero como quiera que se enemistara con éste anteriormente por ciertos escritos donde más o menos fácilmente se adivinaba la figura de Josefina no le fue concedido. Dentro de esta institución parece ser que no le resultó difícil aprovecharse de los enfermos mentales que le rodeaban para sus prácticas sexuales, llegando a marcar sobre el papel con un signo gráfico y el número de veces a las personas que sodomizaba. Murió así entre rejas a la edad de 74 años, tras haber disfrutado pocos periodos de libertad.
A modo de curiosidad es interesante saber que poco antes de la toma de la Bastilla el pueblo enardecido gritaba en tumulto por las calles de París. Se dio la casualidad de que el casi único ocupante de los muros de esta prisión era el Marqués de Sade en ese año de 1989, y utilizando un canalillo para defecar a modo de altavoz lo dirigió hacia las rejas de la celda, a fin de dirigirse al pueblo amotinado, a quien les refirió una historia de torturas y vejaciones contra los presos por parte de las autoridades reales. Tras este incidente Sade fue trasladado inmediatamente para evitar que asaltaran la Bastilla. Sin embargo el hecho de que el pueblo de París tomase una prisión con apenas unos cuantos huéspedes y casi todos aristócratas nos deja la duda en la cabeza de si la intervención de nuestro marqués fue decisiva o no para convencer al pueblo de una idea más bien equívoca.
Un cordial saludo.
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