sábado, 18 de febrero de 2012

El cementerio de Praga, de Umberto Eco.


 

Escribo este artículo de opinión tras, concluida la lectura del libro, conocer la enorme polémica que se ha generado por parte de la comunidad católica y la comunidad judía en torno a una trama harto dramática cuyo tratamiento es irónico cuando no irreverente. Expreso aquí, antes de comenzar, la incomprensión y el rechazo que siempre me ha suscitado quien desde la ceguera de la venda de la religión (sea la que sea) no sabe discernir entre la ficción y el autor que la crea. Uno de los ejes del libro es la influencia de la literatura en la realidad. Probablemente Umberto Eco debe sentirse orgulloso al extrapolar parte de su argumento a la verificación del mismo por parte de quien lo lee, y constatar las mismas reacciones hoy en día ante su ficción, que las reacciones del mundo religioso y político del siglo XIX ante el protagonista de su historia, el Capitán Simonini.

Masones y jesuitas. Los jesuitas son masones vestidos de mujer.

El argumento de esta novela histórica parte de la figura del Capitán Simonini, personaje que se dedicará desde joven, tras acabar derecho, a la muy artística labor de la falsificación documental. Comienza creando como notario nuevos testamentos, para, dada su excepcional habilidad, culminar trabajando para los servicios secretos de varios países. A través de su implicación directa o indirecta conoceremos detalles sobre la unificación de Italia, el Imperio de Napoleón III o la Comuna de París. Mientras tanto, inspirado por la educación recibida de su abuelo, comenzará a engendrar lo que será la obra de su vida, un documento falso sobre la conspiración judeo-masónica (en España el término es muy famoso por cierto oneroso régimen) que ayudará a diferentes estados a desviar las tensiones sociales internas hacia un odio a los judíos. Ésta es la historia de la gestación y elaboración de un documento antisemita que tendrá una importancia vital en la historia contemporánea.

Umberto Eco.
La trama, con un comienzo y parte del nudo bastante confusos, se aclara hacia el desenlace de la novela, y nos sitúa la acción entre la elaboración de nuevos documentos para diversos gobiernos y la constante vital del protagonista, profundamente antisemita, de ayudar a erradicar de la faz de la tierra a los judíos a través de un falso documento que descubra una conspiración mundial por parte del pueblo elegido. Así pues nos situamos ante un personaje inventado navegando entre una serie de acontecimientos históricos de exhaustiva documentación. El aficionado a la historia agradecerá el inteligente entrelazado de los diferentes hechos con la trama, y más de un dato curioso y por supuesto notablemente estudiado. Sin embargo la erudición, de la que Eco siempre hace gala, si no se integra en la estructura de la historia, aburre, y el autor peca de exceso de datos (generalmente mediante el recurso de ser contados por personajes que ni van ni vienen en la trama) que ralentizan, desconciertan y en último término no tienen ningún sentido narrativo. Esto ocurre por ejemplo con los acontecimientos relacionados con la unificación de Italia, y los ires y venires de Garibaldi y Cavour. Más tarde con la acción directa del personaje en los hechos, afortunadamente, se subsana lo que a más de un lector de seguro le habrá hecho desistir de la lectura. No ayuda a esclarecer estos planteamientos el hecho de comenzar con un desdoblamiento de personalidad del personaje, así como la narración vagando entre la primera persona del capitán Simonini, la otra primera persona de su alter ego el abate Dalla Piccola, y una tercera persona que sería la voz del Narrador. El objetivo de semejante combinación puede inducirnos a pensar en una dicotomía entre la subjetividad de los protagonistas y la objetividad del Narrador omnisciente, así como cierto relativismo parejo al de la historia en un desenlace filosófico que implica la imposibilidad del conocimiento histórico. Sin embargo, si es así, debo decir que no se manifiesta correctamente en la estructura, y que por mi parte se podría prescindir del recurso pues en realidad ayuda a desorientar bastante si lo combinamos con la exagerada proliferación de personajes que utiliza Eco.

El diseño de personajes merece una mención aparte, tanto para bien como para mal. La presentación del Capitán Simonini demuestra todas las buenas cualidades como escritor de Umberto Eco, que hace gala aquí de unas habilidades portentosas para dotar de personalidad en un primer momento, con un repertorio de estereotípos racistas: El abuso de la cerveza los vuelve incapaces de tener la menor idea de su vulgaridad, pero lo superlativo de esa vulgaridad es que no se avergüenzan de ser alemanes. / Son malos [los franceses]. Matan por aburrimiento. Es el único pueblo que ha mantenido ocupados a sus ciudadanos durante varios años en eso de cortarse la cabeza unos a otros [...] Injertad, como se hace con las plantas, un francés con un judío (mejor aún si es de origen alemán) y tendréis lo que tenemos, la Tercera República... Y continúa de este modo para darnos una idea cabal de lo que es un ser misántropo,  misógino, discriminador, egoísta y totalmente carente de escrúpulos hacia sus semejantes. En definitiva, el capitán Simonini de Umberto Eco es lo peor de lo peor, un ser incapaz de amar pero con una capacidad extraordinaria de odiar, y así mismo libre ante cualquier sentimiento gregario. He de decir que, una vez hechas las presentaciones al comienzo del libro, Eco se olvida completamente de cualquier intento de explicar las motivaciones o las emociones más allá de la superficialidad cotidiana y práctica de todos sus personajes. O lo que es lo mismo, es uno de los libros con personajes más planos que jamás haya caído en mis manos. Y eso, obviamente, no lo cuento como un punto a favor.

Es necesario un enemigo para darle al pueblo una esperanza. [...] el sentimiento de identidad se funda en el odio, en el odio hacia los que no son idénticos. Hay que cultivar el odio como pasión civil. El enemigo es el amigo de los pueblos. [...] El odio es la verdadera pasión primordial. Es el amor el que es una situación anómala. Por eso mataron a Cristo: hablaba contra natura. No se ama a nadie toda la vida [...] En cambio, se puede odiar a alguien toda la vida.

Más interesante que todo esto parece ser el juego de guiños entre la historia y sus referentes, entre la historia y nuestra actualidad. Eco descubre dos posibles orígenes para el documento Protocolos de los sabios de Sión, piedra angular del libro. Uno es Sue, y el otro Dumas. El personaje, el antihéroe por excelencia, basa precisamente parte de sus experiencias y labor documental en los héroes creados en los folletines. Así vemos como en palabras de Gramsci el primer concepto de superhombre no corresponde a Nietzsche, sino al Conde de Montecristo de Alejandro Dumas. En su concepción libre y despasionada de cualquier gregarismo, el capitán Simonini encarna el sentido del hombre postmoderno, quien habiendo abandonado toda pertenencia a Dios no tiene ningún inconveniente en anteponer los fines a los medios, concepción maquiavélica presente en toda la novela. Desprendido de cualquier concesión a la galería en cuanto a identificación del personaje con el lector Eco narra asesinatos, robos y estafas, así como el profundo desprecio hacia el semejante, con una fina ironía y sentido del humor que es uno de los puntos fuertes de la narración en mi humilde opinión, y que en cambio ha levantado ampollas en otros ambientes. Sin embargo el hecho, por poner un ejemplo, de que nuestro protagonista cometa su primer asesinato, y ni siquiera se dediquen un par de líneas a la reflexión de este hecho, tras la marcada educación jesuítica recibida, hace que el personaje resulte como ya hemos dicho plano, y lo que es más, que pierda veracidad ante lo inverosímil de la situación. Otro punto en contra.


El mensaje, misterioso por la dificultad de comprensión del arranque y desarrollo, se torna meridianamente claro conforme avanza el libro, que va ganando en peso e interés conforme se aproxima al final. Se nos hace ni más ni menos que un retrato de la personalidad de un siglo y de una sociedad que dieron lugar a la creación de un ambiente antisemita exacerbado que desembocará, en sus últimas consecuencias más allá de los hechos de la novela, medio siglo después, con el Holocausto nazi. Pues el personaje inventado por Eco es ni más ni menos que el autor de los Protocolos de los sabios de Sión, libro de cabecera, por ejemplo, del señor Hitler. Es así como en palabras del propio Eco también Simone Simonini, al ser efecto de un collage al que se le han atribuido cosas hechas en realidad por personas distintas, de alguna manera ha existido. Es más, bien mirado, todavía sigue entre nosotros.

Lo peor de la novela: sin lugar a dudas el exceso de erudición que no se integra en la trama. Satura y aburre a partes iguales en alguna ocasión. Sin embargo cuando sí está integrada en los acontecimientos de la historia puede llegar a deleitar. Añadimos el hecho de que los personajes son tan planos que en ocasiones pierden veracidad en sus acciones.

Lo mejor de la novela: la virtud, cuando se produce, de integrar hechos muy documentados en un trama, y hacerlos trascender más allá de las páginas para mostrarnos parte de los hechos posteriores e incluso actuales. En este aspecto literatura con mayúsculas. No hay que olvidar la capacidad narrativa y calidad literaria de Eco. Cuando le sale, que no es siempre, puede ser portentosa.

Conclusión: Un libro con luces y sombras. Al aficionado a la historia le gustará, si bien al lector de buenas narraciones compactas y bien estructuradas probablemente le defraudará.


1 comentario:

  1. Estoy de acuerdo, desde mi posición de lector aficionado en casi todo lo que describe su comentario, a excepción de los puntos negativos, que se perciben, pero que en mí no hacen tanta mella, porque siento que me suman, leo literatura, y leo historia, y también leo ética, en este caso por el lado de la interpretación de lo negativo de la conducta y pensamiento del protagonista, una persona que no tendría como amigo jamás. Y entiendo lo difícil que debió resultarle a Eco la empresa de explicar las historias que describe, sin ser demasiado detallista, ni esquemático, la tarea era ardua, pero creo que la idea que quería exponer quedó clara. Y lo valoro. Y agradezco su crítica que enriquece mi perspectiva de la obra.

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