jueves, 22 de noviembre de 2012

El templo del rey Salomón, de Christian Jacq



El señor Christian Jacq, según he podido informarme en la red, es iniciado en la Masonería, y quizá ese punto haya sido el que le ha incitado a una incursión por la mamarrachería, lo inverosímil y lo ridículo, cuando no desternillante de puro absurdo, en esta novela. Quizá sus primeras obras fueran así hasta que el hombre maduró, no lo sé, ya que yo siempre he respetado a este escritor por sus obras posteriores: ficciones altamente entretenidas y didácticas de gran rigor histórico y arqueológico. Obviamente el caso que abordamos es la antítesis de todo ésto.

Primero: los sucesos sobrenaturales, bien sean del lado de Jehová o de otras divinidades extranjeras, se suceden tanto para denotar el carácter divino y elegido de Salomón como para resolver situaciones complicadas, en las que la intervención mágica resta cualquier viso de conflicto serio y creíble.

Segundo: el carácter divino y elegido de Salomón, desde el inicio en el que puede sentir la presencia de Dios, hace de esta novela una mala novela histórica. De hecho la hace ridícula. Alguien debería recordar a todos aquellos que piensen que Dios intercedía por Salomón que éste reinó sobre un pedazo de desierto que es la milésima parte del planeta. Sin duda loable para la época ya que consolidó el estado hebreo, pero presumiblemente inverosímil para las ambiciones de un reino de paz del Todopoderoso. Vamos, digo yo.

Templo de Salomón.
Tercero: conflictos y tensiones dramáticas acaban por traértela un poco al pairo, ya que todo se soluciona con adivinaciones, toquecitos de bastones mágicos o llamadas místicas en las que intercede el Dios. Ejemplo de ello es que un leopardo que se quiere comer a Salomón e Hiram (maestro constructor) sea repelido con la voluntad divina o algo similar que emana del anillo del rey. O que Hiram, el maestro constructor del templo, tenga poderes telepáticos por los que manteniendo los brazos en cierta posición puede llamar a todos sus compañeros de obras a kilómetros de distancia. Y la lista suma y sigue, no se crean, que no para en toda la novela.

"El rey de Israel hizo girar el anillo que Betsabé le había dado y, luego, pasó el índice por las letras que componían el nombre de Yahvé.
Aterrado, el leopardo lanzó un gruñido de dolor. Con su pata delantera intentó apartar un invisible adversario que le laceraba el flanco [...] 
-Dios os ha traído al fondo de este abismo. Él me pidió que os eligiera. Ya no sois dueño de vos mismo, maestre Hiram."

Cuarto: las motivaciones de los personajes, y todo aquello por lo que podrías sentirte identificado con ellos se desvanece en un mar de determinismo divino y mensajes teleológicos sobre el papel de los hombres en el proyecto de Dios. Con lo que uno concluye leyendo el libro con hastío y una ligera sonrisa condescendiente.

Quinto: si el señor Christian Jacq cree verosímil la continuidad entre los constructores del templo de Salomón y la masonería actual pasando por la Edad Media y las revoluciones liberales posteriores, que lo demuestre históricamente en vez de escribir superchería ridícula. Obviamente como decir que los constructores del templo de Salomón fueron los masones que han perdurado hasta hoy en día es un poco gordo a nivel académico es mejor dedicarse a escribir superchería.

Sexto: no contento con todo esto el autor no duda en experimentar también, aprovechando la visita de la reina de Saba, con la cursilería más rayana en lo hilarante:

Christian Jacq.
"¿No oía a su amado, saltando sobre las montañas, brincando por las colinas, como un cervatillo? [...] Sus desnudos pies esbozaron una espiral en la que su cuerpo se acurrucó, lentamente, como una hoja revoloteando alrededor de la rama de la que se desprendía. Dibujó invisibles curvas, creando un ritmo silencioso que coincidía con el murmullo de las flores."

o la epifanía de una especia de Diosa Madre de la naturaleza desplegando sus poderes mágico-ridículo-chabacanos:

"Considerando que la luz era demasiado cruda, la reina de Saba, con voz melodiosa, pronunció el nombre de varios pájaros que, brotando de las nubes, oscurecieron el sol."... ¡Toma ya!

Séptimo: que uno de los conflictos sea el miedo al ejército de constructores que Hiram creó para la construcción del templo y que amenazaba a la mismísima estructura del Estado es sencillamente como para preguntarse si el autor escribió esta novela bajo la influencia de psicotrópicos. Que el señor Jacq no se plantee la fiabilidad de las cifras de obreros bíblicos (a saber: "Entonces reclutó a 70.000 cargadores, a 80.000 canteros en la región montañosa, y a 3.600 supervisores.") no dice mucho a favor de su quehacer científico en el mundo académico, la verdad.

Lo peor del libro: si excluímos que la prosa es más que correcta y elegante, e incluso en algún momento inspirada, absolutamente todo lo demás es para llevarse las manos a la cabeza. Malo, malo como la quina.

Lo mejor del libro: en general, a excepción de las hipérboles cursileras sobre el amor y la naturaleza de la reina de Saba, el libro no está mal escrito. Y es lo único que lo salva de la peor de las calificaciones, la verdad.

Conclusión: si es usted un amante de la novela histórica no le gustará este libro. Si es usted amante del ocultismo más ridículo y fábulas divinas al más puro estilo de los cuentos infantiles, éste es su libro.



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