sábado, 7 de abril de 2012

Africanus. El hijo del cónsul, de Santiago Posteguillo.



El tema de la novela es la IIª Guerra Púnica, librada entre el 218 a. C. y el 201 a. C., que puso en pugna por segunda vez a Roma y Cartago, las dos potencias que se disputaban la hegemonía en el Mediterráneo Occidental.

El argumento arranca con la conquista de Hispania por parte de la familia Barca, quienes desean esquilmar sus recursos para iniciar la guerra contra Roma. Pocos años después el liderazgo del contingente púnico en la península recaerá sobre Aníbal, quien iniciará la que se considera una de las mayores proezas militares de la historia. Al mismo tiempo un pequeño patricio crece en el seno de la aristocracia dirigente en Roma sin saber que muchos años después la preparación intelectual y militar recibida le servirá para enfrentarse al temible Aníbal.

La trama alterna cuatro historias cruzadas sobre el mismo asunto, conformando el mosaico de antagonismos que da lugar a la tensión dramática y emocional más allá del choque físico de la guerra. Aparte del seguimiento de Aníbal Barca y P. Cornelio Escipión la historia de ambición política de Fabio Máximo servirá de catalizador del conflicto interno para los Escipiones. El contrapunto y generador de más de un momento de distensión, necesario para que tanta batalla no acabe por anestesiarnos, es la figura de Tito Macio, más tarde conocido por el cognomen de Plauto. La primera impresión recibida tras la lectura de los primeros capítulos es correcta; es más, es excesivamente correcta. El meticuloso juego planteado por los roles anteriormente descritos de tensiones y distensiones cumplen su cometido perfectamente, dejando casi siempre al final del capítulo ese punto de intriga de todo buen libro comercial. Pero el evidente, aunque cuidadísimo, entramado hace pensar que no nos hallamos ante un escritor de raza, sino más bien ante un meticuloso y hábil urdidor de historias que consigue plena y satisfactoriamente su objetivo no tanto como un Aníbal, sino como un Fabio Máximo, contemporizando. Ésto hace que la sensación en los primeros embites literarios del libro parezcan un producto un tanto enlatado, producto más de un manual de estructura literaria que de la inspiración. Sin embargo el buen hacer de Posteguillo y todas sus argucias y efectismos argumentales hacen que esta sensación se vaya diluyendo al son del impresionante diseño de personajes.

Publio Cornelio Escipión el Africano.
El diseño de personajes toma como base a Tito Livio, Polibio y Plutarco, fuentes histórico-literarias de toda la historiografía posterior en torno al tema. En la Roma de la intriga política es donde Posteguillo halla su auténtica dimensión, luciendo un minucioso y preciso diseño en alguno de sus personajes, sin apenas resquicio alguno e imbrincado plenamente en una trama que hace avanzar la historia al ritmo de la dialéctica a tres bandas. El mejor ejemplo de este cuidado es Fabio Máximo. Sin embargo resulta evidente la carencia de definición del gran general cartaginés, que resulta demasiado plano, con una vaga motivación de sed de venganza contra los opresores de su patria que ni siquiera el autor se molesta en desarrollar. Más allá de ésto, escasos son los momentos de aproximación emocional al personaje. En cambio, Publio Cornelio Escipión se sitúa en las antípodas, lo que a efectos de identificación con el héroe no viene mal, pero la obra queda descompensada, coja; es como si Aníbal fuera la excusa para el duelo de antagonismos entre Fabio Máximo y los Escipiones. Hay que hacer una mención especial al duelo dialéctico entre los centros de poder romano, entre una familia allegada a la cultura helenística y la introducción de las novedades culturales, y la otra, que utiliza un nacionalismo purista no exento de exclusión y xenofobia hacia todo lo "no romano". En cualquier caso, bien por el retrato de las facciones del patriciado romano, con interpretaciones muy próximas a lo que históricamente debió suceder.
El estilo es llano y directo; asequible y ordenado, como corresponde a un libro comercial que pretende abarcar el máximo mercado posible. Es decir, no hallaremos excesivas fligranas retóricas pero sí las palabras adecuadas y más que correctas para narrar exactamente lo que se desea.


En la documentación histórica luce con brillo propio el empeño por justificar cada una de sus interpretaciones y el buen hacer a la hora de recrear no sólo el ambiente más adecuado sino también el más fidedigno. En la bibliografía final la nota sobre Robert Graves y Gore Vidal es toda una declaración de intenciones, hasta el punto de llegar a incluir alguna que otra novela histórica en la lista, junto a Livio o Plauto. En definitiva un sobresaliente en este aspecto para el autor, pues las imprecisiones y hechos poco creíbles son más fruto de una necesidad dramática que de desconocimiento. Me viene a la memoria el ejemplo del primer asalto contra Cartago Nova, en el que sólo el general (y un centurión que ni siquiera participaba en el combate) percibe que luchar bajo los muros significa hacerlo bajo la desventaja de cientos o miles de saetas y jabalinas. Es un recurso que Posteguillo explota sabiamente y crea la tensión de la incertidumbre, las dudas sobre la capacidad del general y, para cuando se abate sobre el lector la sensación del "todo está perdido", solucionar con un golpe de efecto la situación, y a través de la conversión de los mismos legionarios que antes dudaban de su líder ahora darse la apología del héroe. En el caso descrito la realidad hubiera llevado a todos los legionarios (veteranos de años en Hispania) a ver, muy probablemente antes que el mismo general, que luchar bajo los muros era una locura. O lo que es lo mismo, Posteguillo tergiversa lo que probablemente sucedió sólo con fines narrativos y dramáticos. Y no le queda mal.


Lo peor de la novela: trama excesivamente encorsetada y por lo tanto en parte previsible. El poco análisis de motivaciones de Aníbal, quien resulta plano y poco atractivo. Un estilo que no embauca por su calidad literaria, sino por su precisión.

Lo mejor de la novela: el diseño de personajes romanos, como el protagonista o Fabio Máximo. La inteligente urdimbre política en torno a estas figuras y los hechos que se suceden. Añadiré además que el pormenorizado análisis del amanecer de Plauto, personaje muy mimado por el escritor pero que a algunos quizá les ralentize el ritmo de la narración, a mí personalmente me ha encantado. El exhaustivo análisis historiográfico para intentar reproducir unos hechos, no sólo militares, que destilan buen hacer.

Conclusión: una novela muy entretenida e inteligente, lo que no es poco para ser dos adjetivos que rara vez se ven juntos hoy en día. No posee altos vuelos de alción pero es más que correcta, y aunque uno de los personajes principales está desdibujado todos los demás valores harán la delicia de más de un aficionado al género.


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