jueves, 22 de diciembre de 2011

La mano de Fátima, de Ildefonso Falcones.





Tras "La catedral del mar" Ildefonso Falcones nos brinda una obra de vasta extensión sobre la represión de la comunidad morisca y posterior expulsión de los reinos hispanos.

El argumento parte de la rebelión de las Alpujarras en 1568 por parte de un pueblo a quien se le había despojado mediante orden real de su religión, lengua, vestimenta y costumbres. El protagonista, Hernando Ruíz, iniciará una aventura forzosa entre dos culturas, que le llevará posteriormente, deportado, a encabezar un clandestino movimiento de preservación de la religión musulmana en la ciudad de Córdoba.

Libro de un lenguaje formal altamente correcto (eso sí, sin floritura alguna ni pretensión estilística más allá de ésto), lo que es de ensalzar aunque parezca mentira en el actual panorama de la novela comercial (recuerdo que intenté hace poco, y hay que fijarse en el verbo "intentar", leer una novela escrita con el pie, de una tal Kate Morton, que me hizo ver la perspectiva de la muerte con unos ojos más liberadores). La narración de Falcones, como he dicho, es correcta, de un lenguaje sencillo y accesible como cabe esperar de un best-seller pero sin relajarse hasta el punto del descuido, defecto del que suele adolecer la novela ligera. Hasta aquí todo como en su anterior novela.

La mano de Fátima.
Sin embargo la trama y el diseño de personajes difiere ligeramente. Los conflictos planteados inicialmente suelen tener un desarrollo rápido, sin incurrir en la precipitación (excepto hacia el final de la novela), para generalmente resolverse en situaciones bien enlazadas con la anterior y que además suelen deparar una ligera sorpresa, así como abrir una nueva incógnita que nos deja siempre con la curiosidad de proseguir. Es decir, Ildefonso Falcones da una vuelta de tuerca hacia la novela más puramente comercial, adaptándose perfectamente a las pautas de ésta, y saliendo del intento con mucha dignidad, pues el resultado es un libro altamente entretenido, que a pesar de su considerable (casi mil páginas) desarrollo no aburre prácticamente en ningún momento. En el diseño de personajes parece haber reflexionado sobre su anterior novela, en la que el protagonista se quedaba durante años sin motivación alguna, al menos explícita, y también sin desarrollo emocional que puediera guiar al lector a través de la senda de la identificación, fundamental en toda narración de este tipo. En el caso de Hernando sin embargo hace un esfuerzo especial por explicar cada uno de sus razonamientos, sentimientos y dudas ante los conflictos que se le plantean. Sin embargo, a pesar de este esfuerzo, el autor no consigue esa comunión entre el conflicto planteado y el lector cuya consecución debería ser la catársis resolutiva. Y es que a pesar de su corrección formal la novela, como su predecesora, carece de profuncidad emocional y dramática, o lo que es lo mismo, por el momento, en mi humilde opinión, Ildefonso Falcones no es tanto un "escritor" como un "novelista". También hay que añadir que ofrece cierta descompensación entre los personajes, pues algunos secundarios fundamentales en la trama son tan planos que da grima, como la madre o la esposa.

La difícil adaptación histórica de cualquier ficción de un tiempo pasado parece ser el terreno que mejor pisa el autor. Lo demostró con la Catedral del Mar, y lo sigue demostrando, más si cabe, con La mano de Fátima. No es sólo que al finalizar el libro nos cite sus fuentes y además nos dé una explicación de por qué ha escogido tal trama o tal otra según ésto, que bien sería de desear en otros autores, sino que aunque no lo diga, se nota. Y ésto es porque en cada uno de sus capítulos la novela rezuma buena adaptación, de la rumiada y bien digerida antes de escribir, en la que a veces incluso se puede atisbar ese esfuerzo titánico que siempre es intentar mostrar una mentalidad extemporánea a otra, la del lector, contemporánea. Además, en el caso que nos ocupa debe ser especialmente difícil, dado el caso de xenofobia y exaltación de las identidades y costumbres en el conflicto. Falcones sale con bien de tan extraordinario empeño.

Embarco de los moriscos en el Grao de Vinaroz.

Lo peor de la novela: La resolución de algunos conflictos y la generación de otros hacia la culminación de la narración no parten de una motivación y maduración adecuada de los personajes, sino que los lanza en unas actitudes abruptas con lo anterior, y por lo tanto pierden credibilidad. El final inesperado de Brahim, sempiterno enemigo del protagonista, precisaba de una mayor tensión catártica en su final, y sin embargo exaspera la resolución que proporciona para pasar rápido a otras soluciones. Las acciones de la madre, hacia el último tercio son tan inesperadas por insuficientemente explicadas que resulta ridículas. Algo similar le ocurre con la esposa. Recordemos que ya había sucedido esto con el personaje de Juan de la anterior novela, cuyo cambio de pensamiento y conducta es tan brusco que uno se vuelve loco buscando una motivación que Falcones en ningún caso da. Y eso es un fallo, un fallo muy grave. Y además no son los dos únicos personajes con los que ocurre ésto, sino que el autor, en su afán de forzar la salida que para el protagonista ha previsto, utiliza futilmente, con una superficialidad rayana en la desidia, a personajes que debieran ser clave en la historia, como los hijos engendrados con su esposa musulmana hacia el final de la historia. Parece ser que el único momento en el que el autor da el do de pecho, con una narración medida y progresiva hacia exaltación emocional, es en el momento de la expulsión definitiva, y la situación de tensión que se produce en su familia cristiana. La resolución de éste momento alcanza cotas de paroxismo catártico que no se ven en ningún otro lado de la novela.

Lo mejor de la novela: el gran esfuerzo de documentación histórica y posterior adaptación al diseño de personajes y la trama. Como comprendo que no es un empeño fácil, y que no suele prodigarse mucho entre el gremio, aunque debiera, me parece digno de todo elogio. También es digno de mención el hecho de que no haya descuidado una prosa sencilla pero estable y correcta en todo momento. No es algo que se suela ver. Quizá a alguien pueda sorprenderle ésto, pero el caso es que algunos de los escritores de éxito no saben escribir, pongamos de ejemplo a la Kate Morton anteriormente mencionada, o a Julia Navarro ("La Biblia de barro"). Sabiendo ésto es de agradecer textos como el presente.

Conclusión: una novela mejor hilvanada que su predecesora, que no suele decaer en casi ningún momento, y que se erige finalmente como en un producto muy entretenido, aunque sin pretensiones literarias.